El ajedrez. Arte y ciencia a la vez. Una milenaria forma de conocimiento.

El indefectible paso de los años que todo lo disuelve, no ha podido con esta antiquísima oferta de conocimiento. Es evidente que hay una conexión catalizadora entre este arte – ciencia y su creador, el ser humano.

El mensaje del ajedrez es claro: la sabiduría vital está al alcance de la mano de quien quiera crecer sin pisar el acelerador. Una herramienta liberadora que nos permitirá volar sin quemarnos las alas.

No es un combate donde lo importante es ganar, su relevancia está precisamente en el diálogo de dos seres humanos que se sumergen en un viaje iniciático, poniendo en segundo lugar lo competitivo en beneficio de lo solidario (ejemplo de estructuras de peones sanas).

Sinergia entre arte y ciencia, un ajedrecista es, por tanto, un artista explorando límites y un explorador en comunión con el arte.

Su naturaleza críptica y hermética junto con su singular belleza, como herramienta de autoconocimiento (Freud dixit), recuerda la interminable sucesión de un juego de matrioskas.

Su trazabilidad a lo largo de la historia conocida —o que se nos ha permitido conocer—, nos remonta a tiempos pretéritos en los que ya se revelaba íntimamente la pulsión por una forma de búsqueda del conocimiento en su acepción mas pura y quizás, mágica.

Aunque muy vinculado como disciplina obligada en el análisis estratégico y táctico en las academias militares más importantes del mundo (Frunze, Zaragoza, West Point, Saint Cyr, etc.), sus aplicaciones y transferencias se pueden poner en práctica literalmente en cualquier área de la economía, diplomacia, política, psicología, autoanálisis, etc.

Mientras que el aqueménida Cambises II y su ejército fantasma eran devorados por las arenas de Siwa; pretéritos imperios se volatilizaban y regímenes con vocación milenarista desaparecían in ictu oculi; las isolineas de datación arqueológica sostienen con rigor verificable que en la tumba de Tutankhamon (1.300. años A.C.) fue localizado un tablero cuadriculado junto a piezas muy semejante al ajedrez tal y como actualmente lo conocemos.

El ajedrez se entroniza en la historia en el siglo VI en la India con el nombre de Chaturanga, aunque existe un parecido sustancial con alternativas chinas anteriores a la era Budica y Confuciana en su forma presente.
Chaturanga nombre sanscrito que equivaldría a “cuatripartito“ y que describía en los tiempos Vedicos a una unidad básica de combate del ejercito semejante quizá —si se pudiera establecer una comparación apropiada— a la dotación actual de una patrulla de cualquier ejercito moderno.

El ajedrez en definitiva propone osadía y prudencia en el mismo pack. Nos enseña a conjeturar probabilidades con rigor y a poner en valor nuestra esencia.

Como dijo en su momento Einstein, la mente es como un paracaídas, si no se abre, no sirve para nada.