Todos hemos escuchado mil veces la relación del Problema de la Doncella o de la Princesa Dilaram, uno de los más conocidos mansubat. Estos mansubat eran problemas del ajedrez de la época (shatranj) compuestos por maestros árabes, como nos recordaba Álvaro van den Brule en uno de sus artículos de El Confidencial.
Según el relato más conocido, un sultán o emir, llevado por la emoción del momento, llega a apostar a su esposa en una partida de ajedrez. Cuando está a punto de llegarle el mate, Dilaram le apunta la solución, diciendo “Sacrifica tus castillos, y no a mí”.
Esto es una mixtificación, según me contó un abuelo en un bar de Almortas, porque él lo había leído una vez en un viejísimo manuscrito persa encontrado debajo de una higuera en Teherán. El manuscrito dice que Dilaram era un mote familiar, pero se llamaba en realidad Agba, y no tenía nada de doncella. Se la había vendido al marido su padre, asegurando que era magnífica en todos los aspectos, pulcra, recatada y discreta. Pero resultó ser mandona y levantisca.
El sultán estaba harto de ella y por eso la apostó, llegando incluso a conceder ventajas estratégicas a su rival a mitad de la partida. Por eso llegaron a esta conocida posición, en que las negras estaban a punto de dar mate al siguiente movimiento. Agba, que observaba ansiosamente la partida desde detrás de un tapiz, y había visto la inexplicable torpeza de su marido, salió a regañarle con muy malos modales.
La princesa comprendió la situación de golpe y le brotaron de los ojos dos enormes lagrimones. Siglos más tarde, estas lágrimas dieron nombre a los dos Lagrimones de Dilaram (unos valiosos zafiros que se perdieron en un naufragio).
El sultán siempre había percibido a su esposa como una leona sin domesticar, fiera y peleona. Pero al verla tan apenada y en una situación de vulnerabilidad, se despertó en él por vez primera la llama del amor. Desesperado, se arrojó a sus pies y le pidió perdón, aunque ya no se podía hacer nada por arreglarlo.
Agba se puso muy contenta, se secó los ojos con un pañuelo súper absorbente y le dijo: “Aún confío en ti. Me iré al minarete” —y cuando dijo “minarete” señaló de reojo al tablero— “y si se cayera, me iría al otro minarete. Y si volviera a caerse, significaría que puedo volver a casa y estar en tus brazos”. Después de unos pocos aspavientos más, Agba se fue y y el sultán ganó la partida.
Ahora viene la pregunta: ¿qué hizo este señor presumiblemente barbudo para ganar la partida y conservar a su esposa?
En esta época, hay que recordar que los alfiles no se movían como los modernos. Eran elefantes y saltaban como los caballos, dos casillas y en diagonal. Las damas eran unas proto-damas. Se llamaban firzan o alferzas y sólo movían una casilla en diagonal.
Pero para resolver este problema, no es necesario saber más.
Además de la solución original, que va en una línea de texto debajo de este párrafo, vamos a dejar unas posibles variaciones de cómo podría resolverse la cosa en una partida de hoy en día.
La solución al problema original es: 1.Th8+ Rxh8 2.Af5+ Rg8 3.Th8+ Rxh8 4.g7+ Rg8 5.Ch6++
Explicado en castellano lirondo: sacrificar la primera torre; retirar el alfil, atacando a la descubierta con la torre de h1 y forzando la retirada del rey; sacrificar la segunda torre; avanzar una casilla y dar jaque con el peón de g6; y, por último, rematar la faena con el caballo en h6.
Y aquí van algunas posibles soluciones con las reglas modernas: