Dirijo desde el año 2008 un programa que se denomina “Nuestro ajedrez reinserta” en dos centros penitenciarios, los de Badajoz y Cáceres. Impartimos dos sesiones semanales de dos horas y media de duración durante nueve meses al año, y podemos albergar en cada aula hasta quince o veinte “internos”. Quiero hacer una precisión: aunque la sociedad utiliza un lenguaje bastante edulcorado para referirse a ciertas cosas, entre ellas ésta, allí dentro se habla sin tantos tapujos: aquello es una cárcel, ellos se llaman a sí mismos presos y cada cual “paga” por el delito cometido.
Dicho esto, quisiera también contar la realidad de la cárcel tal y como yo la conozco, porque a veces noto en charlas o conferencias que doy sobre este tema que existen bastantes ideas erróneas, sobre la cárcel en sí y también sobre la calidad del ajedrez que se juega allí dentro.
Hay que decir en primer lugar y valga la obviedad, que quien está allí es porque ha cometido un delito, y sin duda lo mejor es no saber nada de la fechoría cometida. Primero, porque no se debe; y segundo, porque hay delitos tan sórdidos que si los conoces, es difícil ya tratar a una persona a partir de entonces con cierta normalidad. Me dijo un periodista amigo que si él fuera monitor tendría bastantes reparos en admitir en el taller a maltratadores y violadores; bueno, yo creo que el rechazo va por épocas, incluso por modas: ahora parece que toca esto. A mí, por ejemplo, me repele bastante quien prende fuego a un mendigo en un cajero o quien asesina por encargo. No seré tan frívolo de afirmar que es cuestión de gustos, pero por experiencia, me reafirmo en que es mucho mejor no enterarse de nada.
Un preso francés, que estaba obsesionado con vencerme y que tenía en ocasiones arranques algo siniestros, me dijo una vez que los españoles éramos unos salvajes, que aquí por matar a un policía te caían un montón de años, que en Francia era bastante menos. Como aquel día parecía estar de buenas, le pregunté a continuación, ya que íbamos a echar una partidita en ese momento, que a cuánto se llevaba en Francia cargarse a monitores de ajedrez. No llegó a apreciar en exceso el chiste.
Hay una especie de mito sobre los buenos jugadores que hay en la cárcel. En realidad no existe tal: entre los que tienen cierto nivel el estilo es netamente cafeteril, y la enseñanza del ajedrez en sí misma parte viciada desde un principio, por lo menos con los que prácticamente han aprendido allí y juegan mucho dentro: su objetivo casi exclusivamente es ganar, no hay una motivación clara hacia la comprensión del ajedrez, incluso parece que las explicaciones teóricas para progresar molestan más que son bienvenidas: da la impresión muchas veces que se aceptan más para refutarlas que para asimilarlas y mejorar en el juego.
Modificar ciertos hábitos es complicado, y si hay algo que abunda, es la baja tolerancia a la frustración: los fracasos son difícilmente asumidos y perder no gusta nada. No gusta demasiado a ningún ajedrecista, pero lo que sí noto allí es el exceso de excusas y la falta de reconocimiento al mérito del rival: perdí por esto, por lo otro, por lo de más allá… Tus excusas no interesan a nadie cuando pierdes, dijo Fischer, y a mí me gusta recordarlo en el taller bastante de vez en cuando.
Creo que el secreto de nuestro éxito en este programa, y digo éxito porque no decae el número de internos participantes, llevamos ya nueve años a satisfacción de responsables de los centros penitenciarios y de los patrocinadores, la Fundación Jóvenes y Deporte, y además conseguimos junto con esta última la Medalla de Plata al Mérito Social Penitenciario del Ministerio del Interior en 2012, radica en que tomamos el ajedrez en sentido muy amplio.
Hemos confeccionado numerosos ejercicios de pensamiento estratégico basándonos en el ajedrez, utilizamos con profusión las conexiones entre el ajedrez y las artes, establecemos incesantemente sinergias entre el ajedrez y la vida, aplicamos nuestra metodología de Entrenamiento cognitivo a través del ajedrez como una actividad más, insistimos continuamente en la teoría y en la práctica en aprovechar al máximo los valores cívicos y éticos que procura el ajedrez… Una de mis frases favoritas, por ejemplo, que además es recibida invariablemente con risas, es decir, cuando hay mucho ruido, “señores, vamos a bajar la voz, que parece que estamos jugando en un bar…”.
Es un taller duro, sobre todo si llegas a tener veinte personas, y aunque ya solo voy en ocasiones (lo imparten otros monitores), se me han dado algunas situaciones difíciles en no pocas ocasiones. Pero creo que nuestra metodología, también seguramente ser psicólogo y una actitud personal de no creerme por encima de nadie, me han proporcionado muchas satisfacciones en estos centros. También he conocido a gente, que en el mejor sentido de la palabra, no olvidaré nunca.
Creo que no exagero si digo que probablemente sea el lugar donde me he sentido (pido perdón si parece algo cursi la expresión) más plenamente realizado.
Juan Antonio Montero. Psicólogo.
Club Magic Extremadura Deportivo-Social